Hace unos días se conmemoró el Año Nuevo Judío.
Es la celebración de un pueblo que sufrió el horror del holocausto, en el que millones de personas fueron asesinadas en las cámaras de gas y en los campos de concentración nazi. Una tremenda herida, que aun hoy atraviesa la humanidad.
En 1961 la filósofa y escritora judía Hannah Arendt escribió un libro: “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”. En él expone sus pensamientos sobre el juicio a aquel oficial nazi, que fue el responsable de la administración del sistema de las cámaras de gas, ideado para eliminar a una enorme cantidad de seres humanos, a través de “métodos industriales”.
Lo que impresiono a Arendt fue que no se encontró ante un “monstruo” que representaba el mal, sino a un hombre común, “terrible y aterradoramente normal”, que volvía cada día a su casa después de realizar su trabajo resolviendo problemas de transporte y organizacionales para lograr matanzas masivas en el menor tiempo posible y al menor costo.
Que las sociedades asuman el mal como algo natural, incluso las que se denominan mas desarrolladas por su poder económico y progreso de las ciencias, es algo que siempre puede pasar. Se produce cuando se vacía al mal de su fuerza destructora, de su oscuridad y pasa a ser algo “neutro” o incluso bueno.
Por eso, acciones de racismo y odio pueden transformarse en algo que no se lo considera tan negativo, más aún, se las justifican. Esto es más fácil en el mundo digital de las redes sociales, con mensajes corrosivos y efectistas.
¿Cuál es el antídoto? Educarnos y educar en el valor de la dignidad humana más allá de cualquier circunstancia, en el respeto y en la búsqueda de una sociedad fraterna; en los principios de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que de hecho surgen luego de la destrucción causada por las dos guerras mundiales y el holocausto.
En definitiva, en tener una mirada crítica sobre nuestras acciones tanto personales como comunitarias, porque siempre podemos caer en la “banalidad del mal”. Siempre estará vigente aquello de “quien olvida su historia, está condenado a repetirla”.
La foto de esos niños, judíos y palestinos, son un faro que ilumina, convirtiéndose, quizás, en el ejemplo del antídoto más poderoso.